jueves, 14 de febrero de 2019

Sueños de una dama

Datos del libro


Fecha de publicación: 27 de enero de 2019
Nº páginas: 389
Editor: Independiente
Idioma: Español
ISBN-10: 1796275999
ISBN-13: 978-1796275995
Precio: 3'50€ digital/15'81€ papel




Sinopsis




Lady Anne Townsend decidió dedicar su vida a obras de caridad ahora que se había convertido en una solterona. Su tarea en Bedlam, el hospital siquiátrico de Londres, la hacía sentirse viva de nuevo, sobre todo cuando conoció a un marqués de mirada atormentada que, aun sin pronunciar palabra, le pedía a gritos que le rescatara. 

Kenneth Dankworth, tercer marqués de Lansdowne, llevaba casi dos años encerrado en Bedlam. Perdió a su esposa y a su heredero en el parto y enloqueció roto por la pena y el dolor. No había pronunciado palabra en el tiempo que llevaba encerrado, pero una mañana una dama de tierna sonrisa y dulce mirada llamó toda su atención.



Primeros capítulos


PRÓLOGO




Londres, 3 octubre de 1853 





     Kenneth Dankworth, tercer marqués de Lansdowne, se paseaba de un lado a otro del inmenso estudio de Lansdowne Hall, su casa de campo y hogar familiar desde que a su abuelo le concedieran el título. En el piso de arriba podían oírse los gritos de Evelyn, su esposa, que en ese momento estaba dando a luz a su primogénito… o primogénita, cosa que a él poco importaba aunque aparentase lo contrario ante la sociedad londinense. Su amigo Charles, conde de Warwick, estaba sentado en un sillón de orejas junto al fuego bebiendo whisky mientras le observaba pacientemente pasear.
     —Algo no va bien —susurró el marqués de repente—. Esos gritos no pueden ser normales, Charles.
     —Todas las mujeres gritan al dar a luz, Kenneth, deja de preocuparte.
     —¿Y tengo que fiarme de tu experiencia paternal?
     —No tengo hijos, cierto, pero te recuerdo que tengo cuatro hermanas casadas y con descendencia.
     —Si algo le pasara a Evelyn…
     —¿Ahora resulta que eres una gitana de feria que predice el futuro? ¡Siéntate, hombre, que vas a terminar mareándome con tanto paseo!
     El marqués, lejos de obedecer a su amigo, se acercó a la ventana y apartó los pesados cortinajes de damasco. El día era gris, como el presentimiento que permanecía en la boca de su estómago. El cielo empezó a tronar y el agua cayó entonces como si Dios también temiese que algo saliera mal. Un escalofrío recorrió su espalda y se apartó de inmediato de la ventana. Se acercó a la chimenea para coger de nuevo su copa de la repisa y dar un buen trago a su whisky escocés. Fijó la vista en el fuego y recordó la sonrisa de Evelyn, sus rasgos suaves y dulces y lo mucho que la amaba. Necesitaba estar en la habitación con ella, pero su prima Edwina se había ofendido por lo escandaloso de su decisión y le había sacado de allí a rastras. Quería decirle cuánto la amaba y brindarle todo su apoyo en un momento tan difícil para ella. Con suerte pronto todo habría terminado y podría reunirse con su esposa y su hijo recién nacido.
     Pero los gritos de Evelyn no cesaban y empezaban a ponerle realmente nervioso. Habían pasado más de cinco horas y la espera le estaba matando, y aunque hubiese intentado animarle Charles también empezaba a estar preocupado. Podía verlo en su semblante cuando creía que no le miraba. Apuró su copa y se dirigió con paso decidido a la puerta para irrumpir en la habitación de su esposa y ver cómo estaba yendo todo, pero el ama de llaves entró en ese momento en el estudio con el rostro marcado por la pena y el dolor.
     —¿Qué ocurre? —preguntó Kenneth— ¿Mi esposa se encuentra bien?
     —Milord, por favor, acompáñeme —dijo la mujer tendiéndole la mano.
     —¿El bebé está bien, Martha?
     —Yo… Lo siento mucho, milord, pero el parto ha sido complicado, y...
     El dolor por la pérdida de su hijo casi le parte en dos, pero Kenneth tenía que ser fuerte por su esposa, porque para ella el golpe sería infinitamente más duro y doloroso.
     —Tengo que estar con mi esposa.
     Kenneth echó a andar, pero Martha le sostuvo del brazo y le miró negando con la cabeza. 
     —No… —susurró el marqués apartándose de ella con lágrimas en los ojos— Ella no ha muerto… ¡No ha muerto!
     —La marquesa perdió mucha sangre durante el parto, milord —explicó la mujer—. No pudimos hacer nada para salvarla. 
     Kenneth subió las escaleras a toda prisa para arrodillarse junto al cuerpo sin vida de su esposa. Parecía estar dormida, pero su dulce ángel se había ido y él no sabía cómo iba a continuar viviendo sin ella.
     —¡Maldita sea, Evelyn! —sollozó— ¡Tenías que quedarte conmigo! ¿Cómo has podido abandonarme, maldita sea? ¡Cómo has podido!
     Edwina posó una mano sobre su hombro para intentar darle las fuerzas que a él le faltaban en ese fatídico momento.
     —Lo siento mucho, Kenneth —susurró—. Hicimos cuanto pudimos para salvarla, pero había demasiada sangre y…
     —¿Dónde está mi hijo? —preguntó— ¿Dónde está el cuerpo de mi hijo?
     —La comadrona tuvo que sacar el feto muerto del cuerpo de tu esposa. No es una imagen agradable de ver y pensé que sería mejor ahorrarte el mal trago. Ya tienes bastante con la muerte de tu Evelyn.
     —Quiero verlo —susurró.
     —No creo que sea lo más acertado, Kenneth.
     —¡Exijo verlo! ¿Me oyes? —gritó poniéndose de pie— ¡Quiero ver a mi hijo!
     Edwina asintió y fue en busca de la comadrona para traer el cuerpo sin vida del pequeño heredero. Aunque estaba manchado de sangre, se podía ver su dulce carita. Kenneth cogió al pequeño, lo acunó entre sus brazos y depositó un beso en su minúscula frente antes de volver a entregárselo a su prima.
     —Llévatelo y déjame solo, Edwina.
     —Lo siento mucho, Kenneth —contestó ella compungida—. Estaré aquí al lado por si me necesitas.
     El marqués se dejó caer junto al cadáver de la que fuera el amor de su vida y permaneció abrazado a ella hasta que los hombres de la funeraria le arrancaron el cadáver de los brazos. No solo había perdido a su esposa y a su hijo… había perdido con ellos el corazón.

Dos semanas después… 


     Kenneth permanecía encerrado en su biblioteca ahogándose en la pena y el alcohol. Habían pasado dos semanas desde la muerte de Evelyn, pero todo estaba disperso en su memoria, como si fuese una pesadilla de la que no podía despertar. Fijó su mirada en el fuego de la chimenea recordando sus rasgos, su sonrisa, el tacto de su piel marfileña... y estampó el vaso contra la piedra maldiciendo a Dios por habérsela arrebatado tan pronto.
     Edwina y su esposo Robert se instalaron en la casa en cuanto pasó el entierro para ayudarle a superar su pérdida, pero de buena gana Kenneth les habría echado a patadas para ahogarse en alcohol y morir con Evelyn. Sin embargo, Robert le obligaba a acudir al club y Edwina no paraba de parlotear a su alrededor durante las comidas intentando captar su atención. Era agotador. Por suerte esa noche habían tenido que acudir a la cena de los condes de Chester, así que estaría en paz con su pena hasta bien entrada la madrugada. Se levantó como pudo de la silla y subió las escaleras con paso errático hasta la habitación de su esposa. Todo estaba tal y como ella lo había dejado, no había permitido que se llevasen sus cosas a la buhardilla.           Acarició el collar de perlas que reposaba sobre el tocador. Fue su regalo de compromiso y Evelyn lo llevaba puesto siempre que la etiqueta lo permitía. Cogió el frasco de su perfume, una suave fragancia de jazmín, y espolvoreó un poco en el aire para olerla una vez más. Después de eso se desnudó y se metió en la cama. Las sábanas no olían a ella. las últimas sábanas sobre las que su esposa había dormido habían sido quemadas, así que abrió el cajón de la mesita de noche donde guardaba el camisón y se lo llevó a la nariz para poder sentirla, para creer cuando cerrase los ojos y la viera que ella en realidad seguía a su lado, y se quedó completamente dormido. Le despertó el llanto de un niño, que llegó hasta él como un débil lamento. Se sentó de golpe en la cama agudizando el oído, pero la casa seguía en silencio.
     Dos días más tarde Kenneth seguía en el cuarto de su esposa. Se limitaba a dormir en su cama y acariciar sus pertenencias con reverencia, y comía a regañadientes porque Martha conseguía persuadirle de que lo hiciera. Cada vez que se acostaba a dormir oía el llanto del bebé, y lo había buscado por toda la casa sin éxito. Sus primos intentaron hacerle entender que todo era fruto de su imaginación, que el alcohol le hacía oír cosas que no eran ciertas, pero él estaba seguro de que ese llanto era el de su hijo.
     Ese día no estaba dormido, ni borracho, cuando lo oyó. Aún no había tenido tiempo de echar mano a la botella y estaba seguro de que provenía de la habitación de al lado. Se escuchaba nítidamente a través de la pared y se perdía al salir al pasillo, pero al entrar en el dormitorio de invitados lo encontró completamente vacío. Bajó hasta el cuarto de arreos y cuando regresó traía en las manos un enorme hacha que estampó con furia contra la pared de la biblioteca. Continuó clavando la herramienta sobre la fría pared una y otra vez, convencido de que el llanto provenía del otro lado, pero cuando dejó al descubierto el esqueleto de la casa no encontró absolutamente nada. Se dejó caer de rodillas sobre la alfombra Aubusson con el hacha a su lado, desesperado por dar con aquella criatura.
     —¡Por Dios santo, Kenneth! —exclamó su primo entrando en la habitación seguido de otro caballero— ¿Qué has hecho?
     —Tengo que encontrarlo —susurró el marqués—. No deja de llorar y debo encontrarlo.
     —¿A quién, Kenneth? ¿A quién tienes que encontrar?
     —A mi hijo. Mi hijo se ha perdido y debo encontrarlo.
     —Tu hijo está muerto, debes aceptarlo.
     —¡No lo está! ¡Yo sé que no lo está! ¡Le oigo llorar, maldita sea!
     —Deja que el doctor Appleton te examine y…
     —¡No necesito un médico! ¡Necesito encontrar a mi hijo!
     El caballero que acompañaba a Robert hizo un movimiento de cabeza y dos hombres vestidos de blanco entraron en la habitación y levantaron al marqués del suelo.
     —¿Qué hacen? —espetó el marqués— ¿A dónde me llevan?
     —Tiene que venir con nosotros —contestó el médico—. Le llevaremos a un lugar donde estará tranquilo y podrá recuperarse.
     —¡No estoy loco! ¿Me oyen? ¡No estoy loco!
     El marqués intentó zafarse de los enfermeros, pero estos eran mucho más corpulentos que él y le inmovilizaron para inyectarle un calmante.
     —¡Le he oído, Robert! —gritó—¡Te juro que le he oído!
     Robert observó con tristeza cómo se llevaban a su primo, que había contraído la locura llevado por el dolor de la pérdida. Suspiró.
     —Hemos hecho lo que teníamos que hacer, querido —dijo Edwina sentándose a su lado.
     —Lo sé… Lo sé.









lunes, 7 de enero de 2019

Navidad accidentada: relato navideño





Datos del libro


Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2018
Nº páginas: 57
Editor: Independiente
Idioma: Español
ASIN: B07L7WZ44S
Precio: 0'99€ digital




Sinopsis




   
Tras seis años intentando conseguir su sueño en Nueva York, Zoe por fin podrá volver a casa por Navidad. Lo que no esperaba es tener que lidiar con un vecino deliciosamente sexy, aunque odioso... y su enorme y desobediente perro, que la ha tomado con ella sin ninguna razón.


Primeros capítulos


PRÓLOGO

                                                           

    
Adoraba la Navidad. Era mi época favorita del año, a decir verdad. Me encantaba ver las calles de mi ciudad adornadas con luces, el olor a castañas asadas, los puestos que ponen año tras año llenos de decoraciones navideñas en la plaza mayor. Disfrutaba como una niña envolviendo los regalos de los más pequeños de la casa, colocándolos estratégicamente bajo el árbol para evitar una catástrofe si mi primo Daniel abría por error el regalo de su hermana Nicole. Pero eso era antes de empezar a trabajar en Kering outfits, una pequeña firma de ropa low cost a cargo de una bruja con un cuerpo de infarto y cara de ángel.

Llevo seis años sin poder volver a casa por Navidad, seis años en los que he tenido que trabajar como nadie hasta lograr ser la mano derecha de Ruth, pero a pesar de ello aún no se ha dignado a echarle un vistazo a mi trabajo. Porque no quiero ser asistente toda mi vida, como ella parece creer. Lo que realmente me gustaría es poder diseñar mi propia línea de moda para la firma, pero me temo que por ahora eso no va a pasar.
Faltan apenas dos semanas para Navidad, y este año por fin voy a lograr irme a casa para ver a mi familia. Ruth ha decidido hacer un viaje a las Fidji con su nuevo novio millonario, así que yo tendré la posibilidad de volver a Charlottesville, un pequeño pueblo de Virginia donde celebramos estas fiestas por todo lo alto. Ya he comprado la mayor parte de los regalos para mi familia, pero aún tengo que encontrar ese regalo especial que siempre comparto con mi hermana gemela. Nora es cinco minutos mayor que yo, como le encanta recordarme cada vez que tenemos una discusión, y siempre ha cuidado de mí como toda una hermana mayor. A cambio, todos los años he buscado un regalo navideño tan especial y original que consiga dejarla con la boca abierta, y este año que regreso a casa quiero que sea espectacular.
Por fin son las seis, y me apresuro a salir por la puerta antes de que el Grinch que tengo por jefa me mande llamar para hacer alguna ridícula tarea que me retenga en la oficina hasta las tantas. El día está tan gris y lluvioso que casi se me pasan las ganas de ir de compras… casi. Me resguardo bien dentro del abrigo y abro el paraguas para adentrarme en las calles de Nueva York, abarrotadas de gente a pesar de la lluvia. Las luces ya decoran los escaparates de las tiendas y los mejores productos de cada una de ellas son expuestos sobre alfombras rojas bajo árboles decorados con adornos de mil colores.
Sonrío ante el tren de juguete que ocupa todo el escaparate de Toy’s, en el que han sentado a Santa Claus como si fuera el maquinista y a sus renos como los pasajeros. Aunque Nora ya no es ninguna niña me decido a entrar por si encuentro algo para ella, y allí, en una estantería repleta de adornos, encuentro el regalo perfecto: una bola de nieve de Thomas Kinsdale, el mejor fabricante de bolas de nieve del mundo, en la que se representa un precioso tiovivo igual al que Nora y yo solíamos subir de pequeñas en Charlottesville.
Me acerco al mostrador con una sonrisa y una mujer de unos sesenta años se acerca con un pequeño vaso de plástico lleno de chocolate caliente en la mano.
—Buenas tardes, querida —dice ofreciéndome el vasito—. Apuesto a que estás muerta de frío.
—La verdad es que sí —contesto aceptando el chocolate—. Muchas gracias por el chocolate, es mi bebida favorita.
—Está delicioso, sobre todo si va a acompañado de nubes. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Me gustaría comprar aquella bola navideña de allí. ¿Cuánto cuesta?
—Es una obra original de Thomas Kinsdale. Es musical y está firmada por el propio autor en la base —contesta acercándola—. Cuesta doscientos cincuenta dólares.
Por poco me da un infarto. ¿Tanto cuesta un adorno de Kinsdale? No puedo permitirme comprarla aunque empeñe hasta la ropa interior, porque ya me he gastado una buena suma en los billetes de avión.
—Lo siento —me disculpo—. Se sale demasiado de mi presupuesto, pero gracias por el chocolate.
—¿Es para alguien especial? —pregunta la mujer.
—Para mi hermana. Vuelvo a casa después de tres años y quiero hacerle un regalo muy especial. Solíamos pasear en uno igual todas las navidades cuando éramos pequeñas.
—Bueno, tal vez tenga algo que te pueda interesar.
La mujer desaparece en la trastienda y vuelve unos minutos después con una pequeña bola de nieve con la base dorada. En ella puede verse una mansión antigua, e incluso una dama y un caballero con ropa de época paseando por la acera.
—¡Madre mía, es preciosa! —susurro hipnotizada por los detalles.
—La hizo mi hijo hace unos años. Quería dedicarse a ello, pero al cabo de un tiempo decidió que este no era un trabajo serio.
—Es perfecta. A mi hermana le encantan las novelas románticas de época y estoy segura de que le encantará. ¿Cuánto cuesta?
—Te la regalo —dice la mujer metiéndola en una caja de lazos dorados—. Al fin y al cabo, estaba en la trastienda cogiendo polvo.
—¡No puedo aceptarlo! Tan buen trabajo merece ser pagado.
Abro el monedero y pongo los cien dólares que llevo sobre el mostrador.
—Es el presupuesto que tenía pensado gastarme —explico—, y aunque realmente me parece que el trabajo de su hijo vale mucho más que el de ese Kinsdale, es todo lo que puedo pagar.
—Gracias, cariño, eres una mujer maravillosa. Espero de verdad que encuentres a alguien que sepa apreciar toda esa magia que hay en tu interior.
Me marcho de la tienda dándole vueltas a las palabras de la anciana. Se ha puesto demasiado misteriosa, ¿No es cierto? Vuelvo a mirar la bolsa de regalo en la que ha metido la bola de nieve y sonrío. Creo que es el regalo perfecto para mi hermana y seguro que se sorprende mucho al verme llegar a casa… porque nadie sabe aún que tengo vacaciones hasta después de Navidad. Voy a disfrutar de lo lindo cuando mis padres me vean aparecer de improviso por la puerta. Hablando de mis padres… espero que este año no empiecen a agobiarme con buscarme una pareja… 

CAPÍTULO 1




El aire fresco de Charlottesville llena mis pulmones de una mezcla de olores navideños. Sonrío sin poder evitarlo: ya estoy en casa. Parezco una niña pequeña mirando con entusiasmo las luces navideñas a través de la ventanilla del taxi, lo sé, pero volver a esta pequeña ciudad me hace sentirme de nuevo llena de vida. Me fui de aquí para perseguir un sueño, pero cada vez estoy más convencida de que nunca se hará realidad. Y no quiero volver a casa con el rabo entre las piernas, así que sigo en un trabajo que detesto permitiendo que mi jefa me trate como si ella fuera un ser superior.
El taxi me deja justo en la puerta de casa y cojo la pesada maleta para meterla en el interior, porque no creo que mi hermano haya llegado aún a casa de trabajar. De repente, veo a una bestia asesina del tamaño de un caballo venir hacia mí con la lengua fuera y me lanza las patas al pecho dejándome despatarrada sobre la nieve del jardín delantero de mi casa. El miedo del primer momento es sustituido por un asco insoportable cuando el enorme gran danés marrón oscuro pasa su áspera y húmeda lengua por toda mi cara.
—¡Quita, chucho! —exclamo intentando apartarlo— ¿Es que no tienes dueño?
—Le gustas mucho más tú —oigo una voz masculina terriblemente sexy.
Aparto la enorme cabeza del perro para ver a un increíble, alucinante y delicioso ser del sexo opuesto apoyado en una farola observando divertido la escena. ¡Madre de Dios! ¿Cómo es posible que un hombre esté tan sumamente bueno? Alto, fuerte, con una barbita muy bien recortada que me encantaría probar… ¿Pero en qué demonios estoy pensando?
—¡Aparta, perro! —exclamo empujando sin éxito a esa masa de carne perruna.
—Vamos, Demon, deja en paz a Nora, que parece que hoy se ha levantado con el pie izquierdo.
—No soy Nora —protesto—, soy Zoe.
—Vaya… así que la gemela perdida ha decidido volver al redil…
—¿Te importaría quitarme a tu chucho de encima de una puñetera vez? —protesto.
—En realidad mi perro tiene pedigrí.
—Quí. Ta. Lo.
—Vamos, Demon, parece que no le gustas a la señorita.
El perro se aparta de inmediato y el dueño me ofrece la mano para ayudar a levantarme, pero la aparto de un manotazo. Bufo intentando levantarme de la nieve, porque la acera está congelada y mis zapatos no están hechos para andar por el hielo. Tengo el culo congelado, la ropa empapada y encima se me ha roto el tacón de mis botas nuevas. Me dan ganas de matar al perro y al dueño, lo juro.
—En vez de un perro tienes una bestia salvaje —protesto.
—Mi perro está muy bien educado —contesta el buenorro frunciendo el ceño.
—¡Sí! ¡Ya lo he visto!
—Solo te ha confundido con tu hermana, no seas tan melodramática.
—¿Melodramática? Se ha cargado mis botas nuevas.
—Te las pagaré, no te preocupes, Grinch.
—¿¿Grinch?? ¿¿Me has llamado Grinch?? ¡Me encanta la Navidad, imbécil!
—Ya lo veo, ya… tu espíritu navideño es cojonudo.
—Tu educación sí que es cojonuda… como sea que te llames.
 Recojo mi maleta y me encamino con paso decidido hasta mi casa con toda la dignidad que me permite mi bota rota.
—¡Ya nos veremos, Grinch! —dice el bombonazo con una carcajada.
Le saco el dedo antes de cerrar la puerta de un portazo.
—¡Mamá, papá, estoy en casa! —canturreo.
—¡Zoe! —exclama mi madre abrazándome— ¡Menuda sorpresa tenerte en casa! ¿Cómo has conseguido que la bruja de tu jefa te deje venir?
—Se ha ido de vacaciones con su nuevo novio millonario, así que en teoría tengo que agradecérselo a él.
—En cualquier caso, me alegro mucho de que hayas podido venir esta Navidad.
—Yo también, mamá. Echaba muchísimo de menos pasar las vacaciones en familia.
Me vuelvo para ir a la cocina a llenarme una taza de café sin acordarme del estropicio que son ahora mis pantalones blancos.
—¡Zoe! ¿Qué te ha pasado? —exclama mi madre— Estás empapada…
—Ah, sí… un pero se me ha echado encima y me ha tirado al suelo. Y el dueño en vez de apartarlo y regañarle se ha quedado ahí parado riéndose de mí.
—¿Un perro?
—Un perro del tamaño de un caballo. No lo había visto nunca por aquí, la verdad, pero al parecer conoce a Nora.
—Debe ser el perro de Ian, el vecino. Pero es muy extraño… ese perro tiene una educación impecable.
—Así que el imbécil se llama Ian…
—Ian —contesta mi madre recalcando su nombre— se mudó a la casa de al lado hace un año y es el mejor amigo de tu hermano.
—Dime que es una broma… —protesto.
—No, no lo es, y va a pasar las fiestas con nosotros, así que te agradecería que fueras amable con él.
—¡Su perro me atacó!
—Algo le harías.
Si se me queda la boca más abierta terminaría con la mandíbula desencajada. ¿Ahora resulta que yo soy la mala y Demon es el bueno? ¡Hay que joderse!
—Voy a deshacer la maleta y a darme un baño, que me he quedado helada —digo para cambiar de conversación—. ¿Dónde está Nora?
—Ha salido a hacer las compras de Navidad con su novio.
—¿Ahora tiene novio? —pregunto sorprendida— No me había contado nada.
—Ha decidido por fin salir con Seth.
Ahora lo entiendo todo… Seth ha sido nuestro mejor amigo desde que éramos niñas, y aunque mi hermana y yo somos prácticamente idénticas siempre ha sentido debilidad por ella. Me he pasado gran parte de mi adolescencia animándola a darle una oportunidad porque es un chico estupendo, pero siempre me ha dicho que nunca podría enamorarse de él. Por eso no me ha dicho nada, porque no quería escucharme decir “te lo dije”.
—Me alegro de que por fin haya abierto los ojos —contesto—. Siempre he sabido que estaban hechos el uno para el otro.
Subo a mi antigua habitación y me dejo caer sobre mi cama. Todo está igual que siempre: mi espejo cubierto de collares, el tablón de corcho con las fotos de mis viajes y las postales, los trofeos de patinaje en la estantería sobre el sifonier...
El viaje ha sido muy largo y estoy deseando darme un buen baño y meterme bajo las sábanas, pero eso no podrá ser hasta después de la cena. Me deshago de los pantalones y el suéter y me meto bajo el chorro del agua caliente, que elimina todo rastro de baba canina, barro y nieve de mi cuerpo junto con el frío. Tras liarme en una toalla subo la maleta sobre la cama y empiezo a sacar mi ropa para guardarla en el armario.
Vuelvo la vista hacia la ventana… y veo a Ian apoyado en el cristal de la suya mirándome con interés. ¿Qué demonios está mirando? Me vuelvo para ver si mi habitación está hecha un desastre, pero al mirarme en el espejo de cuerpo entero me acuerdo de que solo llevo puesta una minúscula toalla. ¡Joder! Cierro las cortinas de un tirón y me apresuro a sacar de la maleta unos vaqueros y un nuevo jersey. Voy a tener que decirle unas palabritas a ese salido en cuanto me lo eche a la cara…
Cuando bajo a la cocina, mi madre está haciendo galletas de Navidad, mis preferidas. Me encanta adornarlas con ella, algo que jamás ha entusiasmado a mi hermana, por cierto.
—No decoraba galletas desde que me fui a Nueva York —reconozco.
—¿Y eso por qué? Con lo que te gustan…
—Por falta de tiempo, la verdad. Terminé comprándolas en una pastelería que hay cerca de mi casa. Están muy buenas, pero no son lo mismo.
—¿Y no hay nadie que vaya a venir a pasa la Navidad contigo?
—Tampoco tengo tiempo para eso —sonrío avergonzada—. Mi trabajo me absorbe por completo aunque yo no quiera.
—Siempre puedes cambiar de trabajo, Zoe, eres una gran diseñadora y tal vez…
—Déjalo estar, mamá. He llegado a la conclusión de que tienes que nacer con estrella para triunfar en este negocio.
Veo a mi padre entrar en la habitación con una enorme sonrisa y tras dejar el abrigo sobre una silla abre sus enormes brazos para darme uno de sus achuchones de oso.
—¡Mi pequeña! —susurra— ¡Has venido!
—Hola, papá. Cuánto me alegro de estar en casa.
—Creíamos que este año tampoco podrías venir.
—Quería daros una sorpresa.
—Pues créeme, a mí me la has dado. ¿Hasta cuándo te quedas?
—Tengo que volver al trabajo el veintiséis, así que debo marcharme la noche de Navidad.
—No importa —dice mi madre cogiéndome la mano—. Al menos comerás con nosotros.
Me entristece pensar en marcharme de casa. Ahora que he vuelto me he dado cuenta de cuánto había echado de menos el calor de mi familia, y eso que aún no he visto a mis hermanos…
En cuanto pienso en él, Mark llega a casa… seguido de nuestro estúpido vecino.
—¡Me ha dicho Ian que habías vuelto y no quería creérmelo! —dice mi hermano levantándome por los aires— ¡Qué bien que has podido venir esta Navidad!
—Hueles tan bien como siempre, Mark —contesto hundiendo la nariz en su cuello, como cuando era niña.
—Para ti siempre huelo bien, peque.
—Ya soy toda una mujer, ¿sabes?
—Lo sé, y una mujer muy guapa, por cierto. Creo que voy a tener que mudarme a Nueva York para controlar a los tipejos que se acerquen a ti…
Le golpeo en el hombro con una sonrisa, pero en el fondo me encanta que quiera defenderme a toda costa. Mi hermano me deja en el suelo y va a coger una galleta de la bandeja, dejándome a solas con Ian.
—Como vuelvas a espiarme por la ventana iré a tu casa y te cortaré las canicas —amenazo.
—¿Canicas? —contesta él alzando las cejas.
—Sabes a lo que me refiero.
—Pelotas, Zoe. Se llaman pelotas.
—Las llamo como me da la gana.
—Siguen siendo pelotas. También puedes llamarlas bolas, huevos, cojones… pero no canicas.
—¡Dios, eres el hombre más insoportable que he conocido en mi vida!
Y el más guapo, y el más sexy, y el más… Céntrate, Zoe, que ya vuelves a divagar.
—En el fondo te caigo bien, preciosa —dice guiñándome un ojo.
—La verdad es que eres como un puñetero grano en el culo.
Me alejo en dirección al comedor escuchando su carcajada. ¿Cómo puede un hombre tan guapo ser tan imbécil? Mi hermano podría haberse hecho amigo de alguien mejor…
—¡Vamos, no te enfades, era broma! —me pide acercándose a mí.
—No me gustas, no me caes bien y dudo muchísimo que lleguemos a ser amigos, así que ¿por qué no te ahorras tus estúpidas bromas?
—Pues lo siento mucho por ti, porque vas a tener que aguantarme durante todas las vacaciones.
—Te aseguro que voy a buscar excusas suficientes para verte el pelo el mínimo posible.
—Lástima, porque tú a mí sí me gustas.
Me quedo mirándole evidentemente sorprendida, y él aparta un mechón de pelo de mi cara.
—La verdad es que estabas condenadamente sexy con esa toalla, Zoe —susurra—. Me han dado ganas de saltar hasta tu ventana para quitártela.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y casi me hace gemir… casi. Busco una respuesta mordaz, pero antes de que un solo pensamiento se forme en mi mente Ian se ha dado la vuelta para acercarse a mi hermano, negándome la satisfacción de la réplica.

No me quiero enamorar





Datos del libro


Fecha de publicación: 20 de septiembre de 2018
Nº páginas: 270
Editor: Independiente
Idioma: Español
ISBN-10: 1720291802
ISBN-13: 978-1720291800
Precio: 2'99€ digital/13'83€ papel




Sinopsis




   
Brooke Evans está demasiado ocupada como para pensar en enamorarse. Su trabajo la absorbe por completo, y más ahora que su ayudante acaba de darse de baja por maternidad. En plena campaña navideña lo que menos necesita es pensar en los hombres, pero no tendrá más remedio que hacerlo cuando su jefe se encarga de contratar un nuevo ayudante para ella: Nick.

Primeros capítulos


PRÓLOGO


                                                                                      



     A los treinta y cinco años mi vida es demasiado complicada para pensar en ese sentimiento que muchos llaman amor. Demasiado trabajo, demasiadas obligaciones y muy poco tiempo libre. Ser directora del departamento de publicidad de una gran empresa de marketing me absorbe por completo, y ahora que mi ayudante ha pasado a engrosar la lista de mujeres felizmente casadas y a punto de tener un bebé, el trabajo se multiplica por dos. Gracias a Dios mi suerte está a punto de cambiar porque falta muy poco para que una nueva ayudante llegue a mi vida para ponerme de nuevo las cosas mucho más sencillas.
     Las calles de Manhattan son un hervidero de personas a las siete de la mañana y coger el coche es una auténtica odisea, por eso suelo ir en metro a trabajar. Me gusta fijarme en todos esos potenciales compradores de los productos que publicito para poder hacer el mejor anuncio del mercado y seguir siendo la mejor en mi trabajo. Siempre ando libreta y bolígrafo en mano para apuntar cualquier pequeño detalle que pueda serme de utilidad en mi próximo trabajo, aunque la gente me mire como si me faltase un tornillo. Suelo ser implacable, inflexible y profesional. No me valen las excusas, me gusta que mis empleados sean eficientes y que se centren en el trabajo en vez de estar chismorreando sobre el nuevo novio de su vecina del quinto. Por ello me he ganado el apodo de mujer de hielo, pero me importa muy poco cuando el trabajo está terminado a tiempo y a gusto del cliente.
     Veinte minutos antes de entrar a trabajar suelo encontrarme en la cola de Starbucks, donde pido mi Latte Macchiatto y mi donut relleno de chocolate, el único capricho dulce que me doy al día. Cinco minutos después entro por las puertas del edificio de mi empresa y me detengo a charlar con Lisa, recepcionista y mi mejor amiga desde que entré a trabajar aquí.
     —Buenos días, Lis —digo con una sonrisa apoyándome en el mostrador—. ¿Qué tal se presenta el día?
     —Movidito —contesta alzando las cejas de manera sugerente—. Ha llegado un bombón impresionante preguntando por ti, así que al menos te recrearás la vista hoy.
     —¿Ha dicho su nombre?
     —No, pero seguro que se llama “polvo de Brooke”.
     —Ya sabes que no tengo tiempo ni ganas de pensar en hombres. Le atenderé educadamente y le indicaré el camino hasta ti para que puedas comértelo entero.
     —Brooke, te he dicho muchas veces que necesitas un respiro. No todo en la vida es trabajar, ¿sabes?
     —No solo trabajo, Lis. También me divierto.
     —¿Ah, sí? ¿Haciendo qué?
     —Bueno pues… hago deporte —me defiendo—. ¡Y también leo!
     —¿Y eso es divertido? 
     —Para ti tal vez no, pero a mí me relaja muchísimo. —Miro el reloj—. Tengo que irme, las candidatas para el puesto de ayudante están a punto de llegar y quiero deshacerme antes del tipo ese.
     —No te olvides de mandarlo hacia aquí —bromea mi amiga.
     —Que sí, pesada. Luego nos vemos.
     Subo el ascensor hasta la quinta planta, saludo distraídamente a mis compañeros y entro a toda prisa en mi oficina. Aunque acabo de salir de casa estoy estrenando zapatos y me están matando de dolor, así que en cuanto cierro la puerta apoyo una mano en la pared y los lanzo por el aire con un suspiro de alivio.
     —Bonito culo —oigo a mi espalda.
     Doy un respingo al caer en la cuenta de que me he olvidado por completo del tío del que me ha informado Lis, y me vuelvo para verle sentado en mi silla con los pies sobre la mesa. La verdad es que está como un cañón… rubio, ojos claros, labios carnosos y un cuerpo de infarto, pero esa es mi silla y me ha costado mucho trabajo ganármela.
     —Llega diez minutos tarde —dice con todo el descaro del mundo.
     —¿Se puede saber quién se cree usted que es? Para empezar levántese de ahí, que tenemos sillones muy cómodos para las visitas.
     —Estoy cómodo aquí, gracias. Soy Michael, el hijo de tu jefe. Me duele que no me hayas reconocido, Brooke.
     Conocí a Michael en mi primer año trabajando en esta empresa. Es un niño malcriado que se cree que por ser el hijo del jefe puede hacer lo que le venga en gana, y la verdad es que no lo aguantaba entonces y no lo aguanto ahora. Tendrá unos treinta años, aunque la mentalidad de un niño de doce, y se dedica a ponerle los cuernos a su prometida millonaria cada vez que le viene en gana, con las correspondientes consecuencias mediáticas.
     —Ha pasado mucho tiempo —contesto—. ¿Qué quieres de mí?
     —Teno un proyecto para ti.
     —Ahora mismo estoy ocupada, así que si no te importa…
     —Vaya… creí que por ser el hijo de Christian no hacía falta pedir cita.
     —Pues te equivocaste. Me da igual que seas el hijo de mi jefe, el presidente de los Estados Unidos o el Papa de Roma, Michael. Levanta el culo de mi silla y pídele una cita a mi secretaria. Cuando la tengas hablaremos de tu proyecto, no antes.
     —Está bien, está bien —contesta levantándose con las manos en alto—. Vaya genio que gastas, ricura.
     Michael se acerca a la puerta y me mira con aire divertido antes de acercarse a mi oído.
     —Me habían dicho que te habías convertido en una mujer de hielo —susurra—, pero te aseguro que me encantará conseguir derretirte en mi cama.
     —Créeme… antes de que eso ocurra Lucifer habrá vuelto al cielo y se habrá congelado el Infierno.
     Tras una carcajada, Michael se marcha y yo respiro aliviada. Cuando nos conocimos intentó por todos los medios que me acostase con él, y como no accedí mintió y estuve a punto de perder el trabajo, así que no tengo ganas de que esa situación se vuelva a repetir.
     Una vez recobrada la compostura vuelvo a ser la implacable Brooke Evans, la mujer más deseada de todo Manhattan… por su trabajo, no por su aspecto. No soy demasiado guapa, aunque realmente no es algo que me preocupe. Alta, morena, con algo de nariz y ojos marrones. A pesar de mi aspecto común nunca me han faltado los hombres… como se ha podido comprobar hace un momento.
     Un golpe en la puerta me devuelve a la realidad. Christian, mi jefe, entra en mi despacho con una sonrisa en los labios.
     —Buenos días, Brooke. Acabo de ver a mi hijo y me ha dicho que le has despachado como se merece.
     —Chris, tu hijo se ha pasado de la raya. No puedo consentir que me falte al respeto y que se presente en mi despacho cuando le dé la gana como si él fuese el dueño de todo esto.
     —Lo envié a hablar contigo precisamente porque sé que eres la única mujer capaz de ponerle en su lugar, Brooke. Es un sinvergüenza y necesita unas cuantas clases de humildad que apuesto a que le darás encantada.
     —Yo no lo diría así, pero…
     —De todas formas no he venido a hablarte de Michael —me interrumpe sentándose frente a mí.
     —¿Entonces de qué?
     —Sé que estás demasiado ocupada ahora que Sarah se ha marchado. Se acerca la campaña navideña y hay demasiado trabajo, así que he decidido ocuparme yo mismo de buscar a tu ayudante.
     —Me salvas la vida, Chris. Lo último que necesito ahora mismo es perder el tiempo haciendo entrevistas.
     —Nick llegará en unos minutos. Le dije que fuese a tomarse un café para que me diese tiempo a hablar contigo antes de su incorporación.
     —¿Esa chica está disponible de inmediato? No sé cómo lo has hecho, pero gracias.
     —En realidad hablé con él hace días, pero hemos tenido que esperar que pasaran los quince días pertinentes para que dejase su otro trabajo.
     —Espera, ¿él? ¿Cómo que él?
     —A partir de ahora trabajarás con mi sobrino Nick, Brooke.
     —Tienes que estar de broma.
     —Te aseguro que no lo estoy. Nick es un hombre muy competente en su trabajo, siempre ha destacado por su constancia y su entrega y te aseguro que he tenido que ofrecerle un sueldo muy apetecible para que acepte el puesto.
     —Christian, sabes que solo trabajo con mujeres. No digo que tu sobrino no sea competente, pero esa fue la única condición que puse al aceptar el puesto de directora del departamento y fui tajante al respecto.
     —Los dos sabemos por qué pusiste esa estúpida norma, pero Nick no es como Mike. Mi sobrino es un hombre serio y responsable que se toma su trabajo muy en serio y con el que no vas a tener ningún problema.
     —Christian…
     —No voy a cambiar de opinión al respecto, Brooke. Nick es un gran profesional y vas a trabajar con él si quieres seguir en la empresa.
     —¿Vas a despedirme?
     —Bien sabe Dios que sería lo último que haría, pero lo haré si me obligas a ello.
     —Muy bien, pero si hay algún problema…
     —Yo mismo le pondré de patitas en la calle. En cuanto a mi hijo… hazle esperar un par de semanas para su cita. Se merece que alguien le recuerde que el ser mi hijo no implica que la empresa sea suya.
     —De acuerdo.
     Mi jefe se da la vuelta para marcharse, pero en el último momento se gira y me mira con ternura.
     —Brooke, cuando veas lo bien que se desenvuelve Nick en este trabajo me lo agradecerás.
     Mi jefe sale del despacho y me dejo caer en el sillón con un grito de frustración. ¿Un hombre, en serio? ¡Maldita sea mi suerte! Los hombres solo piensan con el pene y no tardan ni dos días en querer meterse entre las piernas de la jefa, lo sé por experiencia. Hace seis años perdí mi empleo anterior precisamente por un empleado que no supo aceptar un no por respuesta.
     Cinco minutos después, mi secretaria me avisa de la llegada de Nick. Suspiro y me preparo resignada a recibir a mi nuevo tormento, pero desde luego no es para nada lo que esperaba. Tendrá veintipocos años, y aunque soy bastante alta me saca unos buenos diez centímetros. Su pelo color ceniza es demasiado largo para mi gusto, me dan ganas de cogerlo de un puñado para llevarlo a la peluquería más cercana. Ojos claros, aunque no distingo el color, mandíbula cuadrada, nariz griega… Atractivo, pero no es el típico guaperas como su primo. Me sorprende su atuendo, desde luego: vaqueros, camiseta negra y chaqueta de cuero. Muy profesional no parece, la verdad…
     Nick me tiende la mano por encima de la mesa y salgo de mi ensimismamiento. ¡Vaya jefa estoy hecha! El pobre lleva un rato parado delante de mí y ni siquiera me he levantado de mi asiento.
     —Buenos días —digo—, Nick…
     —Harper, Nicholas Harper, señorita Evans.
     Su voz de barítono consigue que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. Es una voz perfecta para seducir a cualquier mujer… suave, profunda y sensual. ¿Pero en qué demonios estoy pensando? ¡Céntrate, Brooke, por amor de Dios!
     —Siento mi aspecto de hoy —se disculpa—, pero mi tío no me dijo que venía a empezar a trabajar.
     —Christian suele omitir muchos detalles últimamente —protesto ofuscada—. Siéntese, por favor.
     —Es un detalle de familia, créame —contesta haciendo lo que le pido—. Mi madre es igual de confabuladora que él.
     —¿Qué puesto ocupaba en su anterior trabajo?
     —Soy diseñador gráfico. Me ocupada del mantenimiento de la web y hacer los retoques a las fotos.
     —En ese caso su experiencia nos será de mucha ayuda por aquí. Además de eso deberá tratar con los clientes en mi ausencia, supervisar las sesiones de fotos… Las cosas aburridas que nos tocan hacer a los publicistas.
     El asiente sin decir nada y me apoyo sobre la mesa para parecer más intimidante.
     —Me temo que si cambió de trabajo porque pensó que por ser sobrino del jefe haría menos tareas estaba muy equivocado.
     —Si hubiese sido así me habría quedado en mi antiguo empleo donde era la mano derecha del director general, señorita Evans. Me gusta ganarme mis propios méritos.
     —No pretendía ofenderle, sino advertirle.
     —Mire, comprendo que a nadie le gusta que le impongan trabajar con alguien que no ha elegido, pero le aseguro que estoy aquí para echarle una mano a mi tío y no tengo tiempo ni ganas de ligar con usted.
     —No sabía que Christian le había contado lo de mi cláusula especial —contesto sorprendida.
     —No tengo ni la más mínima idea de a qué se refiere, pero sé por experiencia cuando una mujer está a la defensiva, y usted lo está. No sé qué demonios le pasó en el pasado, pero le aseguro que puede confiar en mí lo suficiente como para que podamos trabajar juntos con absoluta tranquilidad.
     —Como usted mismo ha dicho, vamos a trabajar muchas horas juntos, así que sería bueno que empezásemos a tutearnos. —¿Qué? ¿De dónde ha salido eso?
     —Me parece bien, Brooke. Me gusta trabajar en familia.
     —Ahora te enseñaré todo esto y te presentaré al resto de compañeros. Mañana tendremos tiempo de empezar a trabajar en serio.
     —Perfecto, jefa, estoy a tus órdenes.
     He escuchado esa frase infinidad de veces en boca de los hombres, pero siempre me han sonado malintencionadas… excepto viniendo de mi nuevo ayudante. Parece que es sincero en sus palabras, y aunque me cueste reconocerlo tal vez, solo tal vez, no esté tan mal tenerle de ayudante.


CAPÍTULO 1



A las seis de la tarde apago el ordenador y bajo a recepción para encontrarme con Lisa, que ya está lista para salir. Como todos los jueves nos vamos a Madame Geneva, un bar de cócteles situado en el centro de la ciudad. Hoy está a reventar, por lo que nos abrimos paso hasta la esquina de la barra donde una pareja acaba de dejar dos asientos vacíos.
—¿Y bien? —pregunta mi amiga en cuanto el camarero se marcha— ¿Qué tal el nuevo cliente?
—El nuevo cliente es el hijo de Christian, y te aseguro que me ha ido de pena.
—¿En serio ese bombonazo era Michael el mujeriego? —pregunta sorprendida— Ha cambiado mucho en un par de años.
—La cirugía puede hacer milagros en su aspecto, pero sigue teniendo el cerebro de un mosquito. Para no perder la costumbre ha intentado ligar conmigo como si no hubiese intentado echarme del trabajo por no hacerlo la otra vez.
—Ese intenta ligar con todas aunque esté comprometido, y lo más triste es que a la mayoría consigue llevárselas a la cama. Me da pena su prometida, la pobre debe pasarlo fatal cada vez que sale un escándalo en alguna revista de cotilleos.
—Pues te aseguro que por mi parte no tiene nada que temer, porque Michael se ha llevado un gran chasco. No tengo tiempo ni ganas de aguantar sus tonterías.
—Deberías relajarte un poco y echar algún polvo de vez en cuando, ¿sabes? No digo que lo hagas con ese, te aseguro que ni siquiera yo lo haría —dice poniendo cara de asco—, pero sí que busques a alguien con quien quedar de vez en cuando. No tiene que ser sano estar tanto tiempo en celibato.
—¿Relajarme precisamente ahora? En un mes empiezan las campañas navideñas y no voy a tener ni un solo minuto libre para poder dedicarme a ligar, Lis.
—¿Pero no tienes ya ayudante?
—Sí, lo tengo, pero aún no está familiarizado con todo esto y tendré que enseñarle. Me va a costar más que otros años llegar a tiempo a todos los contratos y Christian se va a cabrear mucho.
—¿Qué tal es tu ayudante, por cierto? No la he visto llegar.
—No la has visto llegar porque mi nueva ayudante se llama Nick Harper y tiene pene.
Mi amiga deja escapar la cerveza por la nariz arrancándome una carcajada. Me conoce muy bien y sabe que no me gusta trabajar con hombres, y sé que la noticia la habrá dejado muerta.
—¿Qué me he perdido? —pregunta limpiándose la barbilla— ¿Brooke Evans trabajando con un hombre? ¿Ha empezado el Apocalipsis y yo no me he enterado?
—La magnífica idea ha sido de Christian. Es el hijo de su hermana y si quiero seguir trabajando en esta empresa tengo que aguantarle.
—¿Y cómo es? ¿Es guapo?
—Yo no diría guapo, pero sí es atractivo. Tiene un aire de pirata que le hace destacar.
—Pues chica, si se pone a tiro…
—Es demasiado joven, Lis. Tendrá unos veintipocos años.
—¿Y qué? ¿No sabes que hay que comerse un yogur de vez en cuando?
—Un yogur sí, pero no un yogurín.
—Bueno, así al menos te recrearás la vista.
—Tú siempre pensando en lo mismo… ¡Salida! —bromeo.
—Es que el sexo es el mejor deporte que existe, ¿sabes? Deberías probarlo de vez en cuando.
—Para mí lo primero es el trabajo, no pienso tumbarle en el escritorio para follármelo como una ninfómana —bromeo—. Ahora en serio, me ha parecido muy profesional y eso me gusta. Creo que podré lidiar con él después de todo.
—Ya me lo presentarás un día de estos, que me está picando la curiosidad por ese tal Nick. Tengo ganas de descubrir cuán atractivo es.
De pronto siento un escalofrío subir por mi espalda. Hay alguien parado detrás de mí, todos mis nervios se han erizado de golpe. No quiero volverme por si es algún hombre intentando ligar, pero una voz que ya me es familiar me deja inmóvil en el sitio.
—La curiosidad mató al gato, chicas —susurra Nick junto a nosotras.
¡Mierda! De todos los hombres del mundo ha tenido que ser precisamente Nick… ¡Y nos ha pillado hablando de él! Ahora mismo necesitaría que me tragase la tierra, pero como sé que eso no va a pasar me vuelvo para encontrarme con sus ojos verdes y una sonrisa de medio lado terriblemente atractiva dirigida por completo a mí. Va vestido como esta mañana y permanece con las manos en los bolsillos de los vaqueros esperando a que le presente a Lisa. Carraspeo porque se me ha quedado la garganta seca, no sé si de la vergüenza de haber sido pillada o porque esa sonrisa me ha descolocado más de lo que debería admitir.
—Lis... él es Nick —digo por fin—. Nick, ella es Lisa, la recepcionista de la oficina.
—Tú eres la desaparecida recepcionista —contesta él tendiéndole la mano—. Encantado de conocerte.
—Lo mismo digo —responde Lis avergonzada.
—He venido con unos amigos y al verte vine a saludar —aclara Nick—. Lo que no esperaba era que yo fuese el tema de conversación… no sabía que te alterase tanto tenerme en el despacho.
—No seas creído —protesto intentando disimular—. Eres lo único fuera de lo común que ha ocurrido hoy, solo eso.
—Vaya… Y yo me había emocionado.
—Mala suerte, chico —contesta Lis.
—¿Chico? ¿Qué edad crees que tengo? ¿Veinte?
—Por ahí andarás —contesto yo.
—Debo tener una genética excelente, porque me has quitado diez años de golpe.
Me quedo mirándole con la boca abierta. ¿En serio tiene treinta? ¡Cualquiera lo diría! Ojalá yo tuviese su genética… Me conservo bastante bien, pero cuando tenga cincuenta años me gustaría aparentar cuarenta. Nick me mira con una sonrisa un tanto extraña que no logro descifrar.
—Me marcho, mis amigos me esperan —dice de repente—. Nos vemos mañana, jefa.
—Hasta mañana.
Nick se aleja en dirección a una mesa en la que hay una pareja sentada con dos chicos más y yo me pierdo en el movimiento de su culo al andar. ¡Joder, y vaya culo! Lo tiene tan redondo y apretado que dan ganas de morderlo y todo… ¿Pero qué demonios estoy pensando? ¡Por Dios bendito! ¡Voy a perder la cabeza!
—¡Dios, está como un queso! ¿Pero tú has visto ese pedazo de culo? —dice Lis interrumpiendo mis lujuriosos pensamientos.
Le doy un codazo con una sonrisa y me bebo de un trago mi Cosmopolitan para marcharme a casa. En cuanto cierro la puerta a mis espaldas lanzo los zapatos de tacón por el aire, que me están matando desde esta mañana. Me doy una ducha bien caliente y tras ponerme mi camisón de corazoncitos me siento en el sofá a ver lo que hay en la tele. Tras media hora haciendo zapping sin éxito me meto bajo el nórdico y me quedo profundamente dormida.

Un fuerte golpe en la pared me despierta sobresaltada. Me siento en la cama para agudizar el oído. Tranquila, Brooke, solo es la vecina que lleva los niños al colegio. Me dejo caer de nuevo en la cama con una sonrisa. ¿Vecina? ¿Colegio? ¡Mierda, me he quedado dormida! Salto de la cama y me pongo a toda prisa lo primero que cojo del armario, me hago una coleta sin peinarme siquiera y echo a correr escaleras abajo. ¡Maldita sea, los zapatos! Tengo que volver para buscar unos que sean bajos, porque me va a tocar correr los cien metros lisos si no consigo parar un taxi.
Llego una hora tarde a trabajar. En cuanto entro por la puerta echo a correr hacia el ascensor, que está a punto de cerrarse.
—¡Hola, Lis! —grito sin detenerme.
—¡Llegas tarde! ¡Me debes una cena! —contesta ella gritando también.
Cuando llego al despacho lo primero que hago es acercarme a ver a Nick. Hoy está irreconocible: la barba descuidada de ayer ha desaparecido, su pelo está bastante bien peinado y aunque no ha dejado de lado los vaqueros, hoy los lleva con una camisa de seda verde manzana que no le queda nada mal. En cuanto me ve, me dedica una sonrisa de medio lado y deja de teclear.
—Siento llegar tarde —me disculpo.
—Todo está bajo control, le he dicho a Christian que tenías una cita con el dentista.
—Gracias por salvarme el cuello.
—No hay de qué. Ha llamado el director de Industrias Hollister para concertar una entrevista contigo y un tal James Carter, que no ha querido dejarme el recado y volverá a llamar sobre las once.
—Llama a Industrias Hollister y concierta la cita para las cuatro, y si vuelve a llamar el señor Carter pásale la llamada directamente a Christian. Lo único que quiere es marearme para terminar hablando con el jefe.
—¡A sus órdenes! —bromea haciendo el saludo militar antes de volver a enfrascarse en su trabajo.
Tras ponerme las gafas me siento y enciendo el ordenador, pero hoy el universo debe estar conspirando contra mí, porque no quiere arrancar. ¡Maldita sea! Apoyo la cabeza sobre la mesa gimiendo con frustración. ¿Es que hoy todo me va a salir mal? De repente escucho el sonido de una cafetera que me hace levantarme hipnotizada por el aroma a café recién hecho que me llega desde el despacho de Nick. Me acerco lentamente con los ojos cerrados disfrutando del aroma y me doy de bruces contra el pecho de mi ayudante. Por suerte él tiene mejores reflejos que yo y me sostiene por los brazos antes de que termine cayéndome de culo.
—Te tengo —susurra con una sonrisa que hace que me dé un vuelco el estómago.
—Lo siento, Nick. ¿Eso que huelo es café? —Él se echa a reír.
—Sí, jefa, es café. He supuesto que no has podido desayunar, así que… ¿Cómo lo tomas?
—Corto, con leche y dos azucarillos.
—¡Marchando!
Le veo dirigirse a la mesa junto a la ventana en la que mi anterior ayudante tenía una pecera llena de pececitos de colores y ahora hay una cafetera con un par de tazas de porcelana blanca. Al instante Nick me pone en la mano una taza llena de humeante y delicioso café que no tardo en probar, y al primer sorbo mi cuerpo se relaja y soy incapaz de reprimir un gemido.
—Nick… ahora mismo eres mi héroe —suspiro abrazando la taza con los ojos cerrados.
—No me gusta el café que sirven en las cafeterías, es demasiado flojo para mí.
—Pues no sabes lo que agradezco ahora mismo que sea así. Me has salvado la vida.
—Reconoce que empiezo a caerte bien —bromea—. En un par de semanas no querrás librarte de mí.
—Yo no quiero librarme de ti, Nick. ¿De dónde te has sacado eso?
—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que no estabas contenta con la decisión de mi tío.
—Por si te sirve de algo no es nada personal —susurro avergonzada—, es solo que trabajo mejor con mujeres.
—¿Alguna mala experiencia?
—Alguna hay, sí.
—Pues te aseguro que conmigo puedes estar tranquila, Brooke. Estoy aquí única y exclusivamente para trabajar.
—En ese caso, si tu trabajo es tan bueno como tu café estás contratado de por vida.
Él se ríe a carcajadas y vuelvo a mi oficina con una sonrisa. El resto del día se pasa volando, trabajar con Nick es realmente muy sencillo y se está adaptando muy deprisa. Es toda una novedad para mí trabajar con un hombre que bromea sin una pizca de malicia en sus palabras, y poco apoco el ambiente entre nosotros se ha relajado por completo. En la reunión de Industrias Hollister Nick ha logrado sorprenderme muy gratamente cuando John Stuart, director general de la empresa, ha intentado menospreciarme por el simple hecho de ser mujer.
—Señorita Evans —empezó a decir John Hollister—, creo que deberíamos dejar hablar al señor Carter. Un hombre sabrá ocuparse mejor de este caso, dado que se trata de una nueva marca de coches.
—¿Insinúa que por ser una mujer no puedo tener conocimientos de mecánica?
—No he dicho eso, pero…
—Mi hermano trabaja en la sede de Ferrari en Los Angeles, señor Hollister. Le aseguro que soy completamente capaz de cambiar un carburador o poner a punto un motor.
—Señorita Evans…
—La señorita Evans es la mejor publicista del país, señor Hollister —interrumpe Nick sin inmutarse—, yo apenas soy un simple aprendiz. Supongo que querrá dejar el anuncio en las mejores manos, ¿no es así?
La conversación ha quedado zanjada, aunque es evidente que Nick ha tenido que controlarse para no darle un puñetazo a ese machista de mierda. Cuando salimos de la reunión le aprieto el hombro para intentar tranquilizarle.
—Es un gilipollas —protesta.
—Pues acostúmbrate a tratar con gilipollas a menudo, porque este no va a ser el último.
—Me parece increíble que en pleno siglo veintiuno todavía haya quien considere a la mujer inferior cuando se ha demostrado que no es así.
—¿Quieres un consejo? Procura no tomártelo todo como algo personal, o te aseguro que terminarás con demasiados dolores de cabeza.
—Lo siento, jefa, pero me va a costar mucho no hacerlo.
—Aprende de mí. Para algo me llaman la mujer de hielo…
—Tú serás cualquier cosa, Brooke, pero estoy seguro que no eres una mujer de hielo, sino todo lo contrario.
Ni siquiera me ha mirado, así que no sé en qué sentido lo dice, y la verdad es que prefiero pensar que no tiene nada que ver con la sexualidad. El resto de la tarde pasa tranquila, así que puedo centrarme en enseñarle cómo funciona todo para que mañana pueda desenvolverse por sí mismo. Al terminar la jornada se ofrece a llevarme a casa en su coche, y aunque al principio iba a declinar su oferta estoy hecha polvo, así que le sigo hasta el garaje, donde se acerca a un deportivo azul oscuro.
—¿En serio? —pregunto arqueando una ceja.
—¿En serio qué?
—Voy a empezar a pensar que eres un niño mimado de papá, Nick —bromeo señalando el vehículo.
—Nada más lejos de la realidad, te lo aseguro.
Me abre la puerta del copiloto para que pueda entrar, y cuando se sube a su lugar arranca el motor con una sonrisa.
—Compré este coche para que mi adorable exmujer no se quedase con todos mis ahorros cuando me divorcié. No tengo un céntimo, pero tengo un coche con el que puedo ligar sin problemas.
—Eso es si lo que te interesa de un hombre es su coche.
—A todas les gusta un hombre que tenga dinero, y este coche las hace creer que lo tengo.
—Es muy triste pensar eso, ¿sabes? No a todas las mujeres nos interesa el dinero.
—¿Qué te interesa a ti, Brooke?
—Yo estoy demasiado ocupada ahora mismo como para pensar en relaciones.
—¿Y te compensa trabajar tanto?
—Creo que sí. Me gusta mi trabajo y me satisface haber llegado donde lo he hecho.
—Quizás sea un triste consuelo cuando te des cuenta de que has perdido tu vida en cosas que no merecen la pena.
El resto del camino lo hacemos en un cómodo silencio, roto únicamente por la música que suena en la radio. Nick detiene el coche frente a la puerta de mi casa y tras una leve despedida continúa su camino. Me quedo parada en la acera viendo las luces de su coche desaparecer a lo lejos y pienso en las palabras de Nick. Aún soy muy joven, pero ¿qué pasará cuando tenga sesenta años y me dé cuenta de que lo único que he hecho en la vida ha sido trabajar? Con un suspiro, subo a casa con una nueva idea en la cabeza: voy a empezar a socializar más con el sexo opuesto.